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Inicio por invitar a usted, lector amable a que hagamos un paseo por el microcosmos de nuestra individualidad y poder así, con conocimiento, saber por qué es importante proporcionar autoayuda a nuestro sistema inmunológico que nos asegura la vida.

Todos los sistemas vivientes de la tierra se organizaron y evolucionaron a partir de los átomos de la galaxia atrapados por nuestro planeta.

Los átomos de nuestro cuerpo, los de los animales, de los hongos, de las plantas y de los microorganismos proceden de nuestro planeta y eran parte del gran tejido de luz que dio origen al sistema solar.

La vida apareció sobre la tierra cuando el planeta aún era muy joven, hace unos 3.850 millones de años.

La evolución conecta la vida a través del tiempo. Durante los primeros 2.000 millones de años de evolución, los microorganismos procariotas (bacterias y arqueos) fueron los únicos habitantes de la tierra y los que «inventaron» casi todas las estrategias metabólicas que se conocen hoy en día.

En ese evento de millones de años, como parte de la evolución, apareció un nuevo gas que vendría a cambiarlo todo. Apareció como un «error» metabólico.

La aparición del oxígeno en el planeta, originó una adaptación bacteriana que llevó a la vida aerobia, por reacción de esos microorganismos unicelulares, especies de cianobacterias, que se vieron amenazadas de desaparecer ante este nuevo gas.

Hubo una acción, reacción. Y a partir de esa reacción la evolución llevó a la aparición de la vida. La vida desde el inicio, es una manifestación inteligente de adaptación al medio que se presenta hostil, amenazante.

Y nosotros, somos los herederos de esa primigenia acción. Y la llevamos en nuestra esencia de organismos naturales. Nuestra primera, es que dependemos de nuestras mismas reacciones y decisiones en gran medida.

Más adelante con la aparición de la vida natural, se sucederá la fotosíntesis y de la aparición de la vida humana, la cultura. Nuestro hacer. Que esa es la raíz de la evolución de la vida social en toda su expresión.

Pensemos que este fue el primer gran evento de resiliencia acontecido en el planeta. De acción inteligente. De dominio de las circunstancias anómalas vueltas en favor del avance hacia otro peldaño evolutivo. Ese cambio fue la clave para la vida, la capacidad de poner a favor la amenaza.

Sigamos en nuestro paseo:

Vistos como organismo, somos un universo de células que se han especializado en vibraciones energéticas y que conforman cada sustancia y estructura de nuestro cuerpo y sus sistemas especializados y distinguidos por sus funciones.

Las células de la piel, nos recubren y aíslan del exterior; las células del hígado son las encargadas de purificar nuestro cuerpo de tóxicos químicos, entre otras funciones; las neuronas nos permiten aprender y recordar, las células del sistema inmunitario combaten los patógenos que nos infectan, etc.  Todo lo que produce nuestro cuerpo como el sudor, la saliva, las hormonas y los anticuerpos, son producidos por células especializadas en estas funciones.

Nuestro cuerpo está constituido de órganos y tejidos, las células que nos forman también están organizadas en una serie de estructuras y orgánulos.

Cada uno de estos desempeña una labor particular y esencial para el buen funcionamiento de la propia célula, como si de una galaxia en miniatura se tratase.

Entre ellos encontramos el núcleo, el centro de gobierno celular. En general, es una estructura más o menos redondeada donde se almacena nuestra información genética que es idéntica en todas las células de nuestro cuerpo.

Conectado íntimamente al núcleo está el retículo endoplásmico, un vasto sistema de sacos y tubos interconectados recubiertos por unas máquinas moleculares llamadas ribosomas.

Los ribosomas se encargan de ensamblar las proteínas, sin ellos la información codificada en nuestro material genético no podría traducirse a moléculas funcionales.

Entre muchísimas de las funciones que cumple el retículo endoplásmico cabe citar que se encargan de modificar y decorar ciertas proteínas para que funcionen adecuadamente.

Otro importante orgánulo es el aparato de Golgi. Este recibe, por ejemplo, proteínas del retículo endoplásmico, las termina de vestir añadiendo nuevas modificaciones, las empaqueta y las distribuye hacia donde desarrollaran sus funciones específicas.

Por el interior de la célula todo debe moverse de forma controlada y precisa. Para ello, el papel del citoesqueleto es imprescindible. Sirve como un sistema de comunicación en el interior de la célula, como una red de autopistas.

Igual que nuestro cuerpo acumula sustancias que deben ser eliminadas, a las células les sucede lo mismo. La forma de encargarse de estas es gracias a los lisosomas, unos orgánulos que actúan como centros de reciclaje y recolectores de basura. Las vacuolas, serian como los pantanos que almacenan y proveen agua a la célula.

El orgánulo protagonista de esta historia, son las mitocondrias. Popularmente podríamos compararlas con centrales productoras de energía.

Todo lo que ocurre y hacemos con nuestro cuerpo tal como moverse, pensar o simplemente, mantenernos vivo, requiere de energía. Lo mismo ocurre con todos los procesos y reacciones químicas que se generan en nuestras células.

La principal fuente de energía es una molécula producida en las mitocondrias y se llama ATP. Su producción va ligada a los nutrientes que consumimos y son procesados metabólicamente en las mitocondrias de nuestras células en presencia de oxígeno.

Esta es la verdadera respiración celular: las mitocondrias «queman» los alimentos en presencia de oxígeno para conseguir energía.

De modo que, la finalidad de comer es principalmente para permitir que nuestras mitocondrias generen esta molécula tan importante llamada ATP.

Se ha demostrado en enfermedades tan distintas como las neurodegenerativas, el cáncer, la diabetes o el SIDA, que las mitocondrias juegan un papel central y su mal funcionamiento es uno de los principales efectores de estas enfermedades.

La vida es producto de una invasión

Pero todo lo anterior, se originó a partir de una distorsión evolutiva, como lo expusimos al inicio de este paseo de conocimientos y generación de conciencia de quiénes somos.

La aparición del oxígeno

El oxígeno molecular (O2) apareció en nuestra atmósfera hace unos 2500 millones de años. Y los geólogos lo describen como Evento de la Gran Oxidación (EGO), y fue seguido de su aumento hace unos 750 millones de años.

Al inicio de la vida el entorno estaba compuesto de gases tóxicos que no posibilitaban la vida. Cuando apareció el gas que hoy llamamos oxígeno, provocó la desaparición de las cianobacterias.

La aparición del oxígeno fue una especie de plaga de exterminio en el planeta y los organismos unicelulares tuvieron que aprender a evolucionar para no desaparecer.

En el origen de la vida estos extraños organismos, las mitocondrias asaltaron a las bacterias, se quedaron a vivir dentro de ellas y las obligaron a respirar oxígeno. De manera sencilla, una bacteria invadió a la otra, pero llevando con ella una carga de oxígeno. Y se refugió para no ser exterminada.

Al inicio solo existía el mundo unicelular y fue posible que este evolucionara gracias a ese fenómeno invasivo: la endosimbiosis.

Algunas de estas bacterias, en una reacción defensiva, tomaron oxígeno y para sobrevivir, invadieron a otra que estaba condenada a desaparecer. Una bacteria se unió a otra. Y este evento se sucedió en cadena, de unas a otras bacterias, y se quedaron a vivir allí, o así, obligándose a persistir en esa unión. Obligándose a ser transformadas, a tomar oxígeno. Pues la cianobacterias que «se la tragó», no llegó a digerirla y esta “parásita” siguió viviendo en su interior, exigiendo oxígeno y transformándolo en la energía que necesitaba y que a llevaría a evolucionar y convertirse en célula para no desaparecer.

Ese es el antepasado de las mitocondrias, una bacteria de vida libre que fue ingerida por otro organismo unicelular. Gracias ello, evolucionaron en célula y aprendieron a consumir el oxígeno. Y se produjo el milagro de la vida orgánica. La oxidación y el control de esta oxidación, como principio de vida inteligente.

He allí la primera acción resiliente planetaria registrada por la geología.

Esto acabó generando una relación de simbiosis entre la bacteria huésped y la bacteria celular en la que se volvieron necesarias la una para la otra.

Las células descendientes de aquella simbiosis primigenia han conservado estas bacterias viviendo en su interior, llegando hasta nuestros días como mitocondrias.

A lo largo de la evolución se han generado millones de especies de organismos con células de este tipo (hongos, plantas y animales entre otros). Pese a la increíble diversidad que representan, todos nosotros tenemos en común esas pequeñas bacterias que en su día entraron a formar parte de nuestras vidas y que hoy, nos resultan imprescindibles para respirar.

Las mitocondrias son los orgánulos celulares que generan la mayor parte de la energía química necesaria para activar las reacciones bioquímicas de la célula.

En esencia, hablando de energía, somos eso. Pero las bacterias primitivas no han desaparecido y mantienen un ataque permanente a las células. Y se unen a otros elementos primitivos como los virus.

Hay bacterias, tan pequeñas que un millón de ellas cabrían en la cabeza de un alfiler.

Pero las células, valiéndose de estas mismas bacterias se han entrenado lo suficiente que han evolucionado generando sistemas de defensa contra las infecciones todavía más peligrosas como las causadas por los virus. Pero a su vez, las bacterias las infeccionan matan por millones las células.

Este tipo de protección se hace más sofisticado conforme los organismos se hacen más complejos. Pues la evolución, no para.

De manera colectiva, a esta protección se les conoce como sistema inmunológico.

Una mirada a nuestro sistema inmunológico

Todos los animales tienen defensas inmunológicas innatas en contra de los patógenos comunes; las primeras líneas de defensa incluyen barreras exteriores, como la piel y las membranas mucosas. Cuando los patógenos penetran las barreras exteriores, por ejemplo, a través de un corte en la piel, o cuando son inhalados y entran a los pulmones, pueden provocar daños serios.

Dos tipos de glóbulos blancos, llamados linfocitos, son vitales para la respuesta inmunológica específica. Los linfocitos se producen en la médula espinal, y maduran para convertirse en uno de diversos subtipos, los dos más comunes son las células T y las células B.

Una célula B bien informada reconoce el antígeno contra el cual está codificado para responder, se divide y produce muchas células plasmáticas; entonces éstas secretan grandes cantidades de anticuerpos, que combaten a los antígenos específicos que circulan en la sangre.

Las células T colaboradoras liberan sustancias químicas para ayudar a que las células B se activen y dividan en células plasmáticas. Y Llamar a los fagocitos para que destruyan los microbios. Activando las células T asesinas, que destruyen las células infectadas. A su vez Las células T reguladoras (también llamadas células T supresoras) ayudan a controlar la respuesta inmunológica; reconocen cuando se ha contenido una amenaza y envíen señales para detener el ataque.

El paseo puede ser mayor. Pero hasta aquí ya nos es útil para entender y entendernos de la importancia de este evento de la vida y este regalo suyo del que disfrutamos.

Hasta aquí nuestro paseo permite que nos demos cuenta de la importancia de nuestro mundo celular y de cómo allí es el gran debate, desde los orígenes, de la vida.  Y de por qué es importante mantener en armonía el funcionamiento de lo que realmente somos: un universo celular colaborativo cuya vibración energética de conjunto y de múltiple especialización, no puede quedar a los accidentes de la inconciencia.

Como premio a esta caminata, a este paseo juntos, voy a compartir cinco elementos que nos ayudan a mantener el equilibrio de este universo de las mitocondrias. Y son mi interés particular de exponerles con este paseo. Y son los siguientes:

1.- Renovar el oxígeno de nuestros pulmones haciendo ejercicios aeróbicos y esfuerzos intensos de trabajo que dinamicen áreas pasivas de nuestro cuerpo. 13,000 litros de aire limpio respirado a fondo y para aliviar la fatiga. Dormir como mínimo 8 horas al día. Mantenerse alejado del estrés. Evitar los cambios bruscos de temperatura.

2.- Una nutrición sana y equilibrada. No consumir alimentos en mal estado, ni saturados de tóxicos que nos perjudiquen. Mantener una buena higiene. Tomar agua de calidad y en la cantidad necesaria conforme al esfuerzo y el peso corporal: mínimo dos litros.

3.- El ayuno intermitente planificado que provoque la autofagia y corrija rutas de nuestro metabolismo que nos ayuden a descargarnos de toxinas y facilitar la renovación celular.

4.- Tomar sol, meditar y cargarnos de energía directa de la naturaleza integrándonos al bio ritmo esencial de la vida, volviéndolo reflejo en nuestro mundo individual, social y cultural.

5.- El quinto elemento es nuestra voluntad de vivir a conciencia y con calidad. Si logramos colocar a voluntad estas cuatro piedras angulares a la pirámide de nuestra existencia, nos será posible ascender y descender por sus escalinatas, sin la fatiga de hipotecar la salud, o bien de no perder el paso y corregir con sabiduría algún traspiés que en ella pueda ocurrir. Pues como hemos aprendido en este breve recorrido, la clave de salida en la crisis que nos encontramos, es entrenarnos para aprender a respirar este bicho de aparición súbita, sin que nos mate.

Al escribir este texto no estoy seguro si tendré lectores, pues hay apatía por leer; sin embargo, con un lector que tenga me daré por bien servido. Y le doy las gracias por haber llegado hasta el final de esta lectura.

¡Por un cambio cultural saludable para la vida!

Paz y bien, con conciencia de vida.                              

Yerbero.hn

 

2 thoughts on “Conocimiento y acción para proporcionar autoayuda a nuestro sistema inmunológico

  • Paola Katsumata
    • Yerbero hn